Por Paulina Zapata
Cuando era pequeña me vi enfrentada a la cuidad que a través de historias contadas por mi madre, o por algún familiar, había conocido e imaginado. Fue sorpresivo al bajarme del bus ver toda esa nieve combinada con los colores alegres de lo que algún día habían sido hogares y que hoy sólo son carcasas , revestidas de historia. Pero a pesar de todos estos detalles, lo que más me impresionó, fueron sus escaleras sin fin Y fue evidente por qué a Sewell le decían la “Cuidad de las Escaleras”.
Ubicada en plena pre cordillera de Los Andes a 2.200 metros sobre el nivel del mar, y a 53 kilómetros de la capital de la región de O’Higgins, los 75.000 metros cuadrados de esta ciudad se extienden por quebradas y pequeñas planicies, siendo esta, la cuna de la cultura Sewellina.
Este pueblo minero se empezó a forjar cuando el ingeniero norteamericano William Branden, organizó en 1904 en Nueva York una sociedad para después formar el 8 de octubre del mismo año la conocida compañía “Braden Cooper Company” junto a E.W. Nasch, presidente de la “American Smelting and Refining Company” y Barton Sewell, quien era fundador y vicepresidente de la misma empresa.
Los esfuerzos de conseguir personal fueron arduos, los trabajadores fueron convocados a través de diarios, y posteriormente fueron reclutados en poblaciones, bares y localidades de la zona. Con esfuerzo de trabajadores, se logró crear la mina con instalaciones de acero y madera para después poder extraer el material más notable en su género.
El año 1940 se introdujo nueva tecnología, supliendo la extracción manual a través de perforaciones, por un sistema de barrenado en seco con aire comprimido, lo que permitió que en el año 1943 se obtuviera la extracción de los primeros 10 millones de toneladas netas de mineral.
Con las nuevas tecnologías y con el incremento del personal, en 1911 se terminó la construcción de la línea ferroviaria que conectaba la cuidad de Sewell con Rancagua, facilitando así no sólo el transporte del cobre extraído, sino que además el traslado de las familias completas hacia esta cuidad, aumentando su población y mejorando la calidad de vida de las personas que allí vivían.
La cultura se fue desarrollando en el peculiar espacio público, la llamada “Gran Escalera Central”, que era la médula de toda esta urbe. Paralela a esta surgían los edificios de viviendas y entretenimiento, y de ella se ramificaban “calles” (que a decir verdad eran escaleras) que conectaban a toda esta cuidad. En 1918, la ciudad ya contaba con tres escuelas, un cine, catorce clubes y posteriormente un hospital. Según testimonios de los trabajadores más antiguos, el boletero del cine de aquella época se vestía de cowboy para cortar los boletos de entrada.
Pero no todo fue magnífico. No podemos dejar de nombrar la terrible “Tragedia del Humo” que en 1945 dio muerte a más de 300 trabajadores producto de un incendio que tapo una de las vías de salida de la mina, matándolos a todos, por asfixia, dejando a muchas familias desamparadazas por haber perdido un o más familiares en el accidente.
Después del apogeo de la cuidad en 1968, donde la población alcanzó las 15.000 personas, entre norteamericanos y chilenos, se dio el inicio a la “Operación Valle” que consistió e desalojar la población sewellina y reubicarla en la cuidad de Rancagua entre los años 1968 y 1980. Y ya en 2006 la UNESCO declaró esta ciudad como Patrimonio de la Humanidad por ser una obra inédita.
Sewell fue la sociedad de las mujeres con “buenas piernas” de tanto subir y bajar escaleras, “La cuidad donde mejores eran los partos” según las matronas y donde “El licor de manzanilla tenia mejor sabor si uno miraba a través de la ventana viendo la nieve caer” según mi madre. Hoy Rancagua, es el resultado de toda la alegría, de todo el trabajo, y de todo el sufrimiento de la gente de la cuidad de las escaleras.
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